El desempleo tecnológico no es un problema nuevo, sino que ha existido a lo largo de los diversos periodos de industrialización. Pero el salto cualitativo en la automatización de los procesos, que se va a producir en las sociedades post-industrializadas, puede cambiarlo todo.
La historia de la innovación está repleta de cambios abruptos y convulsos que benefician a muchos y perjudican a unos pocos. Normalmente la sociedad en su conjunto suele aceptar y apropiarse de las innovaciones tecnológicas, ya que a largo plazo generan más empleo del que destruyen a corto plazo. La historia de la industrialización está plagada de episodios de este tipo, en el que los oficios son sustituidos por trabajadores especializados. Un proceso que se conoce como “deskilling” y que está ejemplificado a lo largo de la historia, por colectivos como los escribanos (la imprenta los volvió obsoletos), los cocheros (por la introducción del automóvil), o el de telefonista(con la automatización de las centralitas).
Pero este proceso clásico que está asociado a la dinámica del cambio tecnológico, parece haber llegado a un punto de no retorno. De hecho, la discusión que se plantea para con la nueva revolución tecnológica que vamos a vivir en los próximos años, se basa en que la automatización y la digitalización, puede que modifiquen para siempre la configuración ocupacional de nuestras sociedades.
Uno de los argumentos principales que se utilizan en esta discusión, es que las tecnologías disruptivas que van a impactar en la industria, pueden hacer de él un sector yermo en lo que a empleo se refiere (un sector que tradicionalmente ha sido fuente de empleo mayoritaria para mano de obra no cualificada). De este modo, la industria seguiría los pasos de la agricultura (un sector con un altísimo grado de automatización y que no destaca precisamente por ser una fuente de empleo), a pesar de que mantendrá un peso importante en el PIB de las primeras economías mundiales. De hecho, se habla cada vez más, que la recuperación económica de un país no tiene [Enlace retirado]. Lo cual, es más que preocupante, además de poner a la economía en tela de juicio como generadora de riqueza y calidad de vida para la sociedad.
En concreto, hay grandes tecnologías disruptivas que prometen reconfigurar el entorno productivo, haciéndolo más flexible, ágil y ubicuo. La robótica (sobre todo la robótica colaborativa), la digitalización y la fabricación aditiva son algunas de los tecnologías que han empezado a mostrar su potencial y que sin duda alguna, se harán sentir en los próximos años.
Sus efectos sobre la estructura de la producción parecen claros; mejoras en los costes laborales, mayor precisión, facilitación del “retooling” (situación que se produce en las factorías, en la cual se debe abordar un gran cambio de maquinaria, debido a necesidades y/o tendencias del mercado), eliminación de la necesidad de “montar partes”, simplificación o minimización de la cadena productiva, y mucha mayor personalización del producto final, son algunas de las innumerables ventajas que presentan este tipo de tecnologías.
Quien piense que este proceso es más lento de lo que parece, o que los gobiernos no están interesados en ello, deberían conocer algunos datos importantes que están siendo extraídos de la ocupación manufacturera en EEUU, para comprender la aceleración tecnológica que estamos sufriendo. Como dato anecdótico, cabe mencionar que la todopoderosa Google ha adquirido varias compañías dedicadas a la fabricación de robots, como Boston Dynamics o la que fabrica “Baxter” (Un robot colaborativo, que es capaz de realizar tareas con humanos y que tiene un precio de venta cercano a los 30.000 $), durante 2013. Lo cual es un síntoma claro de que la compañía americana cree que su futuro inmediato pasa inexorablemente por este tipo de desarrollos.
Diversos agentes sociales están forzando esta transición. Por un lado, agentes institucionales como DARPA; que es la agencia de Proyectos Avanzados de Investigación de Defensa Norteamericana y que ha financiado muchos proyectos de este tipo (algunos de los más famosos robots de Boston Dynamics, por ejemplo). Pero también, muchos fondos de capital riesgo y emprendedores están presionando el desarrollo de estas nuevas tecnologías. Las comparaciones con el desarrollo y consolidación de Internet y la Web, son inevitables, ya que ambos procesos parecen tener muchas similitudes.
Como comentaba anteriormente, el desarrollo de estas nuevas tecnologías impactarán sobre la industria y provocarán que el tamaño de la clase obrera industrial disminuya. Los oficios y especialidades industriales que sean peligrosos, complejos o farragosos, son muy proclives a ser sustituidos por robots. Empresas auxiliares que se dedican a la producción de partes y herramientas, verán como su modelo de negocio será sustituido por tecnologías de fabricación digitales, que eliminan la necesidad de componentes adicionales, etc.
En definitiva, asistiremos a una nueva fabricación “bajo demanda”, en la cual los procesos serán mucho más automatizados e instantáneos.
La cuestión que se nos plantea entonces es; ¿Después de esta revolución tecnológica, seguirá habiendo empleos en la industria?
Podemos decir que seguirá habiendo empleos, pero sus necesidades formativas y académicas serán mucho mayores que las actuales. Al “tecnificarse” las profesiones, la especialización y sobre todo, el reciclaje de competencias y profesionales será mucho más necesario que nunca, ya que el mayor riesgo a enfrentar por parte de un profesional será la obsolescencia de sus conocimientos. Profesionales asociados a departamentos de I+D, programadores de software y de hardware, ingenieros industriales especializados en este tipo de tecnologías y profesionales que por uno u otro motivo necesiten de un alto grado de conocimientos tecnológicos, podrán tener oportunidades en este entorno.
De todos modos, lo que parece claro, es que el futuro del empleo está en los servicios, ya que la industria representa cada vez menos porcentaje de empleos, a pesar de que su representación en el PIB pueda crecer. ¿Pero qué tipo de servicios?
Esta pregunta no es fácil de contestar y seguramente todavía es pronto para contestarla, pero si nos atrevemos con alguna predicción, está claro que esos servicios que serán demandados serán de alto valor añadido (salud, industrias culturales y creativas, terapeutas, mediadores profesionales, directivos, financieros, etc).
Debido a esta “tormenta perfecta” que parece entreverse, el rol de la educación y la formación se revela como uno de los pilares de la sociedad, ya que actúa como agente capacitador para desarrollar competencias y habilidades necesarias de cara al mercado laboral y a la integración de la sociedad propiamente dicha.
Por ello, el papel del estado respecto a la educación debe cambiar radicalmente, si quiere garantizar un acceso al mercado laboral a sus ciudadanos. El estado deberá garantizar el acceso en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos, a niveles educativos superiores que posibiliten obtener las capacidades analíticas necesarias y las competencias formativas (que serán mucho más transversales que ahora) necesarias en esta sociedad post-industrial (Algo que ya ocurre en las sociedades nórdicas, en especial, en Finlandia). El papel del estado deberá ser el de neutralizar las consecuencias negativas de la innovación tecnológica y garantizar la universalización de la educación superior universitaria (o posteriores) para garantizar la igualdad de oportunidades en el mercado laboral.
Si el estado no opta por adoptar este papel neutralizador, seguramente el camino que le aguarda a la sociedad, es el de la dualización. Las desigualdades producidas por la falta de oportunidades es una situación que ya estamos comenzando a vivir, pero estas situaciones pueden agravarse y seguramente se agravarán. Mayores conflictos internacionales, mayores brechas entre regiones, conflictos secesionistas y formas de polarización social y espacial, pueden ir aumentando a medida que no se atajen los efectos negativos de la innovación tecnológica.
Esta situación no es coyuntural respecto a la crisis económica, es la aceleración de la dinámica del cambio tecnológico.
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