Este
post ha aparecido previamente en el Blog de TECNALIA, un espacio en el
que escribo irregularmente, junto a otros compañeros del centro de
investigación tecnológica.
Durante los últimos años hemos asistido a una precarización
del mercado laboral en la que las condiciones, los salarios, las clases
medias y bajas y los jóvenes han sido muy castigados. Por
si esto no fuera poco, la próxima revolución industrial amenaza con
hacer desaparecer más empleos sin tener todavía muy claro cuáles van a
ser los nuevos oficios del futuro.
No nos vamos a engañar, el panorama que se nos presenta después de
haber atravesado una de las mayores crisis económicas, sociales e
industriales que han conocido las sociedades occidentales en el siglo
XXI no es nada halagüeño.
La desigualdad “campa a sus anchas” por nuestro país amparada por
años de recortes en prestaciones sociales en pos de la “estabilidad de
los mercados”, y auspiciada también por un mercado laboral cada vez más
precarizado y competitivo. Sin apenas tiempo para habernos recuperado
todavía de este gran impasse asistimos contrariados a leer en la prensa, con asiduidad, estudios y previsiones que ponen de relieve la gran destrucción de empleo que supondrá la próxima revolución industrial en la que estamos ya inmersos desde hace tiempo.
El mercado laboral se ha convertido en un terreno tremendamente
inestable, incómodo y volátil, en el que es muy difícil permanecer de
pie y aguantar las sacudidas que suelen ocurrir con cada vez más
frecuencia: especialmente para nuestra juventud. Esta
se está encontrando con un perverso efecto intergeneracional para el
que no hay una solución clara a primera vista. Por ello, no es de
extrañar que los cimientos de lo que conocemos como “estado del
bienestar” se hayan visto zarandeados violentamente durante los últimos
años, ya que el mercado laboral es uno de los principales baluartes
sobre los que se sustenta. Grandes desafíos en torno a la concepción
clásica de esta idea, que se asentó después de la segunda Guerra Mundial como una forma de no repetir los errores del pasado, están emergiendo en la mayoría de los países que conforman la zona euro.
En este sentido, la idea de Inversión Social surge como un conjunto
de políticas que refuerzan las políticas sociales, abordan las causas de
las desventajas existentes y ofrecen a las personas herramientas con
las que mejorar su situación social y afrontar los desafíos que se
planteen a lo largo de su vida. Bajo esta argumentación, los estados deben invertir en capital humano en
lugar de transmitir fondos de forma pasiva hacia la ciudadanía, ya que
de esta manera el retorno de esa inversión se rentabilizará de manera
reseñable, a largo plazo, en la sociedad en su conjunto. A pesar de que
la Comisión Europea aprobó el famoso Social Investment Package en 2013, lo
cierto es que la implementación de este enfoque en las políticas
sociales de los diversos estados miembros ha sido muy desigual.
El rol que juegan las administraciones locales y regionales
en la implementación de las políticas sociales sigue siendo uno de los
grandes desconocidos para la administración europea. Este tipo de
gobiernos son los que están más cerca de la ciudadanía y por lo tanto,
los que mejor saben sus necesidades. Sin embargo, también son los que
más dificultades tienen a la hora de crear programas o establecer
fórmulas financieras que permitan atajar una problemática concreta.
Además, las particularidades culturales de los países
que componen cada una de las grandes macro-regiones europeas (Países
Nórdicos, Europa Central, Sur de Europa, Países del Este e Islas
Británicas) también juegan un papel importante en la implementación de
este tipo de políticas (y que comúnmente es obviado), a la hora de
gestionar los fondos estructurales que provienen de las arcas europeas.
Tras años de recortes, contención del gasto público y una época
marcada por la austeridad, en los últimos años hemos observado cómo han
surgido varios movimientos populistas que destacan por su marcado
carácter anti-europeísta y que remarcan como la Unión Europea sigue
siendo ante todo una unión económica y no de bienestar social . La
Comisión, consciente de este hecho, ya
está preparando un nuevo paquete de medidas que se enmarcan en el
paradigma de la Inversión Social y que tienen como objetivo intentar
devolver la “paz social” a una maltrecha unión que se ha visto sacudida en los últimos años por diversos traspiés.
Por ello el concepto de Inversión Social, al igual que otros como el de pre-distribución, seguramente van a copar el interés de diversos agentes en los próximos años,
ya que los desafíos que propone el nuevo mercado laboral, la
acumulación de capital en ciertas industrias y los retos de la nueva
revolución industrial para con el empleo hacen que los pilares de
nuestro estado del bienestar tengan que ser revisitados para garantizar
que la sociedad del conocimiento y de la innovación sea también una
sociedad igualitaria, inclusiva y responsable.
Os animamos a que nos acompañéis en una jornada que celebramos el 30 de mayo en el marco de la iniciativa Innosi, en la cual debatiremos el papel de la Inversión Social de cara al futuro del mercado laboral, y cómo puede ayudar a reformular políticas
que nos ayuden a afrontar los retos que se plantean en las complejas
realidades sociales que está enfrentado el estado del bienestar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario